I'm dying...

...in a fairy tale.

EL LLANTO DE LAS HADAS

Dicen los que saben, que las Hadas también lloran, aunque no lo hacen como los humanos. El llanto de las Hadas no se pierde en los pañuelos, ni se evapora en el aire. Cuando lloran de alegría, sus lágrimas se convierten en diminutas cuentas de colores brillantes y que las hadas hacen con ellas pequeñas joyas: Collares, pendientes y colgantes con los que adornarse y que siempre llevan puestos para recordar el motivo feliz que las provocó.

Pero si su llanto es de dolor, es distinto su destino. Cuando los antiguos espíritus del bosque oyen a las Hadas llorar de pena, desde el mismo corazón de la tierra hacen brotar un árbol frondoso, azul y luminoso como el cristal y cada lágrima de hada se transforma en una hoja nueva prendida a sus ramas que crecen y crecen.

Todas las hadas han vertido muchas lágrimas por los niños que nunca las conocerán porque cortaron el camino de su vida el hambre, el frío o el terror. Y saben que el Árbol nunca dejará de crecer, que nunca cesará la violencia ni la injusticia. Pero se consuelan teniendo un lugar tan especial donde guardar su pena, porque un árbol crece hacia las alturas y la luz: Hacia donde la paz siempre es posible

Bendición de la amistad





Ojalá tengas buenos amigos.

Que aprendas a ser buen amigo de ti mismo.

Que puedas llegar a ese lugar de tu alma donde residen un gran amor, calor, afecto y perdón.

Que esto te cambie.

Que transfigure todo lo que hay de negativo, distante o frío en ti.

Que te transporte a la verdadera pasión, familia y afinidad de la comunión.

Que atesores a tus amigos.

Que seas bueno con ellos y estés allí cuando te necesiten; que te den todas las bendiciones, estímulos, verdad y luz que necesites para el viaje,

Que nunca estés solo.

Que estés siempre en el nido amable de la comunión con tu anam cara.

Bendición de la soledad




Que reconozcas en tu vida la presencia, el poder y la luz de tu alma.

Que comprendas que nunca estás solo, que el resplandor y la cornunión de tu alma te conecta íntimamente con el ritmo del universo.

Que aprendas a respetar tu individualidad y tu particularidad.

Que comprendas que la forma de tu alma es única, que te aguarda un destino especial aquí, que detrás de la fachada de tu vida sucede algo hermoso, bueno y eterno.

Que aprendas a contemplar tu yo con el mismo júbilo, orgullo y felicidad con que Dios te ve en cada momento.

Bendición para la muerte






Ruego que tengas la bendición del consuelo y la seguridad sobre tu propia

muerte.

Que conozcas en tu alma que no debes temer.

Cuando llegue tu tiempo, que recibas todas las bendiciones y protección que necesites.

Que recibas una maravillosa acogida en la casa adonde vas.

No vas a un lugar extraño. Vuelves a la casa que nunca abandonaste.

Que sientas un maravilloso apremio de vivir plenamente tu vida.

Que vivas en comprensión y creatividad y transfigures todo lo negativo dentro de ti y a tu alrededor.

Cuando mueras, que sea después de una larga vida.

Que estés en paz y felicidad y en presencia de quienes verdaderamente te

aman.

Que tu partida sea protegida y tu bienvenida asegurada.


Leyendas de Escocia




SAMHAIN - HALLOWEEN (31 de octubre)

Samhain, del gaélico escocés "Samhuinn". Los druidas sólo reconocían dos estaciones: invierno (oscura) y verano (iluminada). El año empezaba el 1 de noviembr,e en invierno, con la fiesta del Samhain, que significa literalmente "fin del verano". La fiesta de la llegada del verano era "Beltane", el 1 de mayo. "Samhain" era el Señor de la Oscuridad y reinaba en las largas noches de invierno. Los druidas creían que en la noche del 31 de octubre, los muertos se levantarían y buscarían la puerta hacia el Otro Mundo, pues en esta fecha la distancia entre los dos mundos era mínima. El Señor Samhain rondaba en tal ocasión por toda la Tierra en busca de almas para capturarlas y llevarlas a su mundo de oscuridad. Por eso, aún hoy, se siguen poniendo luces en las ventanas para guiar a los muertos y ahuyentar a Samhain.


La fiesta de Samhain era una celebración pagana y con la llegada del cristianismo se cambió la fiesta católica "Hallowmas" (Día de Todos los Santos) del 13 de mayo al 1 de noviembre para hacerla coincidir con la festividad pagana y así eliminar esta última, aunque se acabaron mezclando. Por tanto, la víspera de "Hallowmas" pasó a se conocida como "(All) Hallows eve" y de ahí derivó "Halloween".


Así pues, la primitiva celebración del Samhain se convirtió en Halloween y sus ritos evolucionaron. Antiguamente se encendían grandes hogueras, se hacían ofrendas y se esparcían las cenizas de las hogueras en los campos para protegerlos durante el invierno. Luego, la fiesta se exportó a los Estados Unidos, donde es habitual que los niños salgan de noche disfrazados de brujas y monstruos a pedir golosinas por las casas mediante el "trick or treat". A quienes no den golosinas (treat), se les echará un conjuro (trick). Actualmente, todavía se encienden hogueras en muchos lugares de las islas británicas.



GUY FAWKES DAY (5 de noviembre) (historia)

Un grupo de católicos liderados por Robert Catesby planeó matar al rey Jacobo I Estuardo, rey de Inglaterra, y a sus lores el 5 de noviembre de 1605, día de apertura del Parlamento. Para ello, los conspiradores alquilaron un sótano debajo de la Cámara de los Lores y almacenaron allí 36 barriles de pólvora con los que pretendían volar el edificio. Sin embargo, la conspiración fue descubierta y el mercenario Guy Fawkes fue detenido en la madrugada del 5 de noviembre cuando salía del sótano. Fawkes confesó y fue colgado el 31 de enero de 1606. El resto de conspiradores fueron muertos al apresarlos o ejecutados.


Para conmemorar este intento de magnicidio, en Gran Bretaña, la noche del 5 de noviembre se hacen estallar petardos y se tiran cohetes, versiones en miniatura de la explosión que habrían causado los 36 barriles de pólvora.



LOS HIJOS DEL VIENTO DEL NORTE

El cuento relatado a continuación forma parte de la tradición oral de los cuentacuentos alrededor de las hogueras hasta el primer cuarto de este siglo. Si no fuera por autores que pasaron estas historias a la palabra escrita, las hubiéramos perdido para siempre. El viento del norte tenia tres hijos: se llamaban Pies Blancos, Alas Blancas y Manos blancas. Cuando estos tres hermanos vinieron a nuestro mundo procedentes de sus palacios invisibles, eran tan hermosos que muchos mortales murieron al contemplarlos, mientras que otros no osaron mirar, pero huyeron aterrorizados a bosques y lugares oscuros. Así que cuando estos tres hijos del Gran jefe vieron que eran demasiado radiantes para los ojos de los humanos, se desvanecieron con los rayos del sol al atardecer y se reunieron con Ollathair.

Cuando, a través de los rayos del sol al amanecer, volvieron, ellos no eran visibles para ningún hombre, y en todos los siglos que llevan en la tierra, no han podido ser vistos por ningún ojo humano. ¿Cómo sabemos entonces que existen, estos tres hijos del viento del Norte?. Ellos eran conocidos en la antigüedad, y son todavía conocidos en la actualidad, sólo por los blancos pies de uno pisando las olas del mar; por el brillo blanco y el crujido de miríadas de plumas volando sobre valles y colinas y las casas de los hombres; y por el silencio de ensoñación con el que el tercero descansa en las aguas, y el viento que mueve las copas de los árboles, desde el helecho hasta el arroyo que baja de la montaña rodeando las rocas y los fresnos como si fuera una bufanda. Sólo les conocemos por la huella que dejan a su paso. Y les llamamos Viento Polar, Nieve y Hielo, en lugar de por sus nombres antiguos, como se les conocía en los albores del día, como Pies Blancos, Alas Blancas y Manos Blancas.



KELPIES

Los seres mitológicos que viven en los lagos de Escocia son conocidos por el nombre de Kelpies.


Uno de estos extraños seres se encaprichó de un monje al que intentaba seducir de todas las maneras posibles. El santo varón, sin embargo, consiguió resistir sus propósitos arguyendo que primero tenía que aprender a vivir bajo el agua. Como esto era imposible, la kelpie acabó por despedirse de este proyecto amoroso, no sin antes haber derramado abundantes lágrimas, que se transformaron en guijarros de color verde gris, a los que los escoceses dan el nombre de "lágrimas de sirenas".



LEYENDAS SOBRE EL GOLF (!)

Una vieja leyenda escocesa asegura que las canchas de golf tienen 18 hoyos porque una botella de whisky equivale a 18 vasos.


Otra antigua leyenda sostiene que el golf lo inventó el propio Diablo un día que estaba de mal humor y quiso vengarse de la raza humana. (Agregan que de paso también inventó a los ingleses).


Como había muchas personas que se salvaban del Infierno porque se portaban bien y eran caritativas, decidió que sufrieran los peores tormentos y las frustraciones más espantosas en esta vida. Al parecer, el golf proporciona muchos de esos tormentos y frustraciones.



EL RAYO VERDE

Una leyenda escocesa que dice que si ves un rayo verde al amanecer o en la puesta de sol, nunca fallarás en materia de amores.



LA PÁGINA EN BLANCO

Otra leyenda escocesa habla de libros que tienen una página en blanco, y que si se llega a ella a las tres de la tarde, se muere.



SPUNKIES

En mitos escoceses e ingleses abundan unas extrañas luces llamadas "spunkies" que se asocian a las almas de los niños fallecidos antes del bautismo.



El hada del lago y su fiel sombra

Hace mucho, mucho tiempo, antes de que los hombres y sus ciudades llenaran la tierra, antes incluso de que muchas cosas tuvieran un nombre, existía un lugar misterioso custodiado por el hada del lago. Justa y generosa, todos sus vasallos siempre estaban dispuestos a servirle. Y cuando unos malvados seres amenazaron el lago y sus bosques, muchos se unieron al hada cuando les pidió que la acompañaran en un peligroso viaje a través de ríos, pantanos y desiertos en busca de la Piedra de Cristal, la única salvación posible para todos.

El hada advirtió de los peligros y dificultades, de lo difícil quesería aguantar todo el viaje, pero ninguno se asustó. Todos prometieron acompañarla hasta donde hiciera falta, y aquel mismo día, el hada y sus 50 más leales vasallos comenzaron el viaje. El camino fue aún más terrible y duro que lo había anunciado el hada. Se enfrentaron a bestias terribles, caminaron día y noche y vagaron perdidos por bosques perdidos que ellos no conocían, sufriendo el hambre y la sed. Ante tantas adversidades muchos se desanimaron y terminaron por abandonar el viaje a medio camino,hasta que sólo quedó uno, llamado Sombra.

No era el más valiente, ni el mejor luchador, ni siquiera el más listo o divertido, pero continuó junto al hada hasta el final. Cuando ésta le preguntaba que por qué no abandonaba como los demás, Sombra respondía siempre lo mismo "Os dije que os acompañaría a pesar de las dificultades, y éso es lo que hago. No voy a dar media vuelta sólo porque haya sido verdad que iba a ser duro".

Gracias a su leal Sombra pudo el hada por fin encontrar la Piedra de Cristal, pero el monstruoso Guardián de la piedra no estaba dispuesto a entregársela. Entonces Sombra, en un último gesto de lealtad, se ofreció a cambio de la piedra quedándose al servicio del Guardián por el resto de sus días...

La poderosa magia de la Piedra de Cristal permitió al hada regresar al lago y expulsar a los seres malvados, pero cada noche lloraba la ausencia de su fiel Sombra, pues de aquel firme y generoso compromiso surgió un amor más fuerte que ningún otro.

Y en su recuerdo, queriendo mostrar a todos el valor de la lealtad y el compromiso, regaló a cada ser de la tierra su propia sombra con la condición de que solo serán sombra durante el día; pero al llegar la noche, todas las sombras del mundo acuden al lago, donde consuelan y acompañan a su triste hada hasta el amanecer en el que las sombras vuelven al aldo de cada ser de este mundo


El árbol confundido

Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos.

Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: "No sabía quién era."

"Lo que te falta es concentración", le decía el manzano, "si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. ¿Ve que fácil es?"

- No lo escuches, exigía el rosal. Es más sencillo tener rosas y "¿Ves que bellas son?"

Y el árbol desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado. Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó:

- No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución.

No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas. Sé tu mismo, conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior. Y dicho esto, el búho desapareció.

- ¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...?, se preguntaba el árbol desesperado, cuándo de pronto, comprendió. Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole:

- Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso.

Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje... Tienes una misión "Cúmplela".

Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado.

Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos.

Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.

Y tú... ¿dejas crecer el roble que hay en ti?

En la vida, todos tienen un destino que cumplir, un espacio que llenar.

No permitas que nada ni nadie te impida conocer y compartir la maravillosa esencia de tu ser.



Anonimo

El duende del lago

El agua estaba tranquila, tenía en su interior un ser muy especial que lo habitaba.

Todas las mañanas salía desde el fondo, con su vasija llena de agua mágica. Caminaba con su contenido dentro, buscando siempre poderla utilizar.

Empezó a escuchar un llanto desde lejos. Era casi imperceptible. Los pájaros lo rodeaban, y el viento soplaba sobre él. Apoyó su vasija en el suelo, a reguardo dentro del tronco de un árbol; y proteger su contenido tan preciado.

Delante de él apareció una pequeña niña, que lloraba desconsolada. El duende se le acercó, y le preguntó:”¿Qué te sucede pequeña?, ella con sus ojitos rojos de tanto llorar le contesto:”No se donde me encuentro, salí a buscar flores; pero no se como volver”.

El duende tranquilo, le respondió:”No te preocupes, yo tengo la solución para ti”.Fue caminando hacia el viejo árbol, en búsqueda de la vasija. La apoyó delante de él, y quitó su tapa delante de la pequeña. El duende le dijo:”Pon tus manitos dentro”, allí aparecieron sus padres que la buscaban.

Allí estaban abrazándola cariñosamente, con toda la fuerza del amor. Ya el duende no estaba en aquel lugar. Había vuelto a su querido Lago

El hada triste...

Érase una vez, un Hada triste.Vivía en el Mundo de los Hielos Eternos y no le gustaba.Sabía que existían lugares donde el Sol brillaba cada día y donde las flores tenían todos los colores del arco iris.Su corazón añoraba esas cosas aunque no las había visto nunca. Añoraba el color y el calor. Añoraba sentir la hierba bajo sus pies descalzos y añoraba el vuelo brillante de las mariposas.Se sentía tan infeliz que no sabía pensar en otra cosa y ni siquiera salía a ver sus dominios.

Una noche en que el Hada aún no dormía, un resplandor especial apareció en el cielo.Al principio era solo una pequeña mancha luminosa, que creció y creció y bien pronto todo el espacio se llenó de color.Verdes y violetas, azules, amarillos y rojos, se entremezclaban armoniosamente y su luz arrancaba destellos del suelo helado como de un espejo.Y el Hada miró al cielo y vio estrellas fugaces y luceros ardiendo, estelas de cometas y nubes transparentes.

Por primera vez en mucho tiempo, el Hada se sintió feliz y entendió que aquel era su lugar, que cada rincón del mundo contiene sorpresas maravillosas y que le gustaba la aurora boreal y el cielo estrellado de su país de Hielo. Comprendió que muchas Hadas jamás verían todo eso, como ella no vería las flores pero ya no importaba.Ahora sabía que las estrellas fugaces son como mariposas celestes y que los cometas se llevan muy lejos las añoranzas de las Hadas Tristes"

Duendes

En lo más oscuro del umbrío helecho

Una pequeña duende he descubierto.

Flores e hilo de seda la vestían,

Mientras dejaba que pasase el día

En espera de la oscuridad.


Echado sobre el musgo y a su lado

Había un niño, en plumas abrigado,

De tez muy blanca y pelo muy oscuro.

Mientras ella miraba el crepúsculo,

En espera de la oscuridad.


Junto a la dama me senté, callado,

Y sin saber o no si hablarle de algo,

Puesto que nada venía a mi mente.

Más la dama me dijo: ¡que amable eres

De esperar también a la oscuridad!


“¿Te encuentras perdida?” Inquirí a la dama

“¿o es que es este verde helecho tu casa?”

“¿Crees tú que esta noche vendrá alguien más?”

Ella sonrió y empezó a cantar

A su niño duende.


Este dormía, y ella me contaba

Del Mar y Tierra la profunda magia,

Y me habló de encantos potentes y antiguos.

“Úsalos bien y sé osado”, me dijo

“cuando los pronuncies al atardecer”.

“¿Puedo usarlos yo?” La dama sonrió

Mientras al niño del suelo cogió.

“Claro”, me dijo, “porque éste es tu premio

Por quedarte aquí hasta que en el cielo

La Luna ha salido”.


Tomé asiento a su lado, pensativo,

Vigilante, cuando al pronto oí un ruido

De galope a través de los helechos

“¿Me aguardasteis, señora de mis sueños?”

La voz de otro duende susurró.


Un noble duende de hiedra vestido

Armado de espada y con daga al cinto

Paró su caballo entre los helechos

¡Oh! Mi corazón temblaba de miedo

Al ver sus negros ojos.


Llegó la noche; las aves callaban,

La Luna salía tras la montaña.

De repente, me sentí abandonado.

“No receles, que tú mismo has bordado

El tejido de la amistad”.


E Díjome la dama, alzando su diestra.

Lucía su frente hermosa diadema

En que la Luna miraba su luz.

“¿Querrás concederle algún premio tú?”

Preguntó a su señor.


“¿A este vigilante, amigo valiente?”

“Es enemigo, y lo ha sido siempre”

Repuso el duende, y ella dijo: “no”,

“Porque entre los helechos nos guardó”.

Me sonrió el caballero.


“No sabía que alguien nos quería bien”,

Y su voz sonó como un cascabel,

Mientras sacaba de un dedo un anillo.

“Este a la Tierra te mantendrá unido”,

Dijo, “y a la Magia, también”.


La gema era blanca como la Luna,

Y el aire arrastraba una triste música.

La dama y el caballero montaron

Y por el bosque a galope marcharon.

Yo me quedé solo.


Que no existen duendes dice la gente.

Yo he oído sus voces muy claramente,

Y cuando me siento entre los helechos,

Algunos encantos yo mismo he hecho

Que la dama me enseñó.


El anillo siempre llevo en mi mano

Y con su piedra me siento amparado.

Y a veces encuentro a mis dos amigos

En el bosque de helechos escondidos,

En secreto.


De que existe la Magia estoy bien seguro

Y cuando el Sol deja paso a lo Oscuro,

A la Tierra en mi alma latir yo siento,

Y nunca echaré de mis pensamientos.

A la dama duende y a su caballero.

LA TRUCHA BLANCA DE LOUGH FEAAGH


Había una vez, hace ya muchísimo tiempo, una joven y hermosa doncella que vivía en un castillo, a orillas del Lough Feaagh, de la cual se dice que era la prometida del príncipe de Inchagoill, con el cual iba a desposarse el día de la fiesta de Samhain. Pero, repentinamente, el príncipe fue asesinado y arrojado al lago y, desde luego, ya no pudo cumplir con el compromiso de casamiento que hiciera a la bella Aidù, que así se llamaba la bella joven.

A causa de esta decepción, y por ser frágil y tierna de corazón, Aidù enloqueció, y pasaba el día entero llorando a su prometido, hasta que un día, sin que nadie supiera cómo, desapareció, y los aldeanos atribuyeron esa desaparición a que las ninfas de Lough Feaagh se la habían llevado a su reino subacuático, para que se reuniera con su amado.

Sin embargo, poco tiempo después, en un arroyo próximo, cuyas aguas desembocaban en ese lago, la gente comenzó a comentar la presencia de una trucha completamente blanca, como jamás había visto nadie por aquella región. Y así, año tras año, la trucha permaneció en el lago y los arroyos y ríos que desaguaban en él, hasta que ni el más viejo de los moradores pudo recordar cuándo había aparecido por primera vez.

Con el tiempo, la gente comenzó a pensar que aquella trucha debía de ser la doncella, y que las ninfas la habían transformado en pez para que aguardara el regreso del príncipe del reino del más allá, y así reunirse definitivamente con él en las profundidades del lago. Y por ello, nadie le causó jamás daño alguno a la pequeña trucha, hasta que llegaron a Inchagoill tres perversos mercenarios sajones, quienes se rieron de los habitantes del pueblo, y se burlaron de ellos por creer en la existencia de la "gente pequeña", y por pensar que ellos podían haber convertido en pez a una persona. Luego, uno de ellos, envalentonado por la bebida, juró y perjuró que pescaría a la trucha y se la comería en la cena.

Y por cierto que logró apoderarse de la trucha con una red; luego la llevó a su campamento, avivó el fuego, sobre el que puso la sartén y, cuando estuvo caliente, echó en ella al pobre pez, que aún estaba vivo.

Al caer en el aceite hirviendo, la trucha chilló como un cristiano y el maldito, aunque se sorprendió un poco, rió a más no poder. Y cuando calculó que ya estaba cocida de un lado, la dio vuelta para freiría del otro.

Y aquí llegó su primera sorpresa, porque, a pesar de haber estado un buen rato en el aceite, el costado de la trucha no mostraba signo alguno de haber pasado por el fuego. Intrigado, el mercenario pensó: "Seguramente ha pasado tanto tiempo en las frías aguas del lago, que necesita más cocción; de cualquier manera, voy a darla vuelta, y veremos qué pasa", sin imaginarse siquiera que sus verdaderos sobresaltos aún estaban por comenzar.

Cuando creyó que el segundo costado ya estaba frito, volvió a dar vuelta la trucha y hete aquí que tampoco había rastros de quemadura. "Esto ya me está resultando pesado, pero volveré a probar." Y así lo hizo, y no una sino varias veces, pero aquélla parecía no inmutarse por la acción del fuego, así que el villano decidió: "Puede ser que se haya cocido y no lo parezca; veamos". Y, tomando su cuchillo de caza, trató de cortar un pedazo de la trucha para probarlo. Pero tan pronto como la hoja hizo la primera incisión, se oyó un alarido espantoso y el pescado, que no sólo no estaba frito, sino que ni siquiera estaba muerto, saltó de la sartén al suelo, y en su lugar apareció una joven doncella, tan hermosa como el cretino no había visto jamás, vestida de blanco y con una diadema de oro sobre su frente, pero con los ojos fulgurantes por el dolor y la furia de un basilisco en su interior. Sobre su brazo podía verse el corte del cuchillo, y un reguero de sangre corría por su costado.

—¡Mira lo que has hecho, maldito! —lo increpó la dama, mostrándole el brazo—. ¿No podías dejarme tranquila, cómoda y fresca, en mi lago y en mis ríos, y no molestarme mientras espero a mi prometido?

El mercenario se estremeció como un perro mojado, balbuceando torpemente que no lo matara, e imploró abyectamente el perdón de la dama, diciéndole que no tenía ni la menor idea de que ella estaba cumpliendo una misión, porque en ese caso, ningún buen soldado como él hubiera interferido con ella.

—¡Pues esa misión es tremendamente importante para mí! —afirmó ella—, y si mi prometido llega mientras estoy ausente, y no puedo recuperarlo, te convertiré en un alevino de sapo, y me pasaré la eternidad persiguiéndote para comerte, mientras crezca la hierba o el agua corra por los arroyos.

El villano temblaba como una hoja, aterrado por verse convertido en un sapo, y suplicó piedad, pero la doncella le dijo:

—Renuncia a tus malas costumbres, maldito, o te arrepentirás cuando yo me encargue de ti; compórtate con corrección en el futuro y asiste con regularidad a los servicios religiosos. Y ahora, ¡devuélveme al río, donde me atrapaste, o te convertiré en sapo en este mismo instante!

—Pero, milady —clamó el mercenario, aterrado—, .cómo podría arrojar al río a una dama tan hermosa como tú? ¡Morirías ahogada! —Pero antes de que pudiera agregar una sola palabra, la joven se desvaneció y en el suelo apareció nuevamente la trucha blanca.

Aún aterrado por lo que había visto, el soldado tomó a la pequeña trucha y la llevó rápidamente al río, temiendo que si el prometido de la doncella llegaba en ausencia de ésta, su propia vida se vería en peligro. Pero, tan pronto como el pez tocó la superficie, las aguas se tiñeron de un rojo de sangre, hasta que la corriente lo fue diluyendo lentamente. Hasta hoy, en el costado de la trucha blanca (especie muy frecuente en los ríos de Irlanda —señal de un feliz encuentro entre Aidù y su prometido—), puede verse una mancha roja, que marca el sitio donde el mercenario intentara cortarla.

Lo cierto es que, a partir de ese día, el malvado mercenario cambió por completo sus costumbre; comenzó a asistir puntualmente a los servicios religiosos y ayunó los días de Cuaresma y para Pentecostés; pero jamás comió pescado durante esos días ni ningún otro día de su vida, porque el pescado nunca permanecía mucho tiempo en su estómago (si es que entienden lo que quiero decir).

Sea como fuere, el villano se convirtió en otro hombre, y no faltó quien dijera que, ya pasado algún tiempo, abandonó el ejército y se hizo misionero, y solía recorrer Irlanda atendiendo a los enfermos y rezando eternamente por el alma de la trucha blanca.

EL GAITERO Y EL LEPRECHAUN



Hace ya tanto tiempo que la memoria se niega a reconocerlo, vivía en el pueblo de Dunmore, en el condado de Galway, Irlanda, un hombre bastante falto de luces que, a pesar de su absorbente afición a la música y de ser un gaitero medianamente bueno, en su vida había sido capaz de aprender otra tonada musical que no fuera "An róg-haira dubh". Sin embargo, con ella solía hacerse de algunas monedas de los parroquianos de las tabernas, que se divertían con sus patéticos pasos de baile y las intencionadas palabras de la canción.

Una noche en que el gaitero regresaba a su morada, después de haber interpretado media docena de veces su única canción en su taberna preferida, llamada "An derugrânoniâ" (Las bellotas), la consabida carga de buen whisky irlandés en sus entrañas hizo que, al cruzar por el cementerio, quizás un poco inseguro por el entorno, presionara el fuelle de la gaita y comenzara a tocar por séptima vez la única canción que conocía.

Pero sus temores demostraron no ser infundados; apenas había recorrido la mitad del trayecto, cuando un leprechaun, surgido de entre las raíces de un enorme roble, cayó sobre él y lo derribó, de tal modo que Swenû —que tal era el apodo del gaitero— quedó debajo del duende, que lo sujetaba fuertemente el cuello, apretando la gaita, que emitía un sonido quejumbroso.

—¡Malhadado seas, duende asqueroso; déjame ir a mi casa! Tengo cuatro monedas de diez peniques para entregarle a mi pobre madre, que las necesita para comprar tabaco en polvo.

—Si haces lo que yo te digo, no necesitarás preocuparte por tu madre —le dijo el leprechaun—. Ahora vamos a irnos de aquí, y si no te mantienes bien aferrado, te caerás y te romperás todos los huesos de tu cuerpo, y también se romperá la gaita, y eso será lo peor. Mientras volamos, toca el "Oinowirî" para mí.

—¡Es que no la sé!

—¡No me importa si la sabes o no! —gritó el leprechaun—; tú toca, y no te preocupes de lo demás!

El gaitero, atemorizado, llenó de aire la bolsa y comenzó a tocar, aunque sin saber muy bien qué hacer con sus dedos; sin embargo, mientras transcurrían los minutos, la música brotaba con tanta fluidez que él mismo se encontraba embelesado.

—¡Pues sí que habías resultado un buen maestro de música —dijo entonces al leprechaun—; pero dime, ¿a dónde nos dirigimos?

—Esta noche hay una importante fiesta en el castillo de la Reina Lean Banshee, en la cima de Chroagh Patrick —le informó el leprechaun—, y quiero que toques en ella; te doy mi palabra que volverás a casa bien recompensado por tus molestias.

—¡Caramba! Si va a resultar que, al final, me vas a ahorrar un viaje —dijo el gaitero—, porque resulta que el padre Arragh me puso como penitencia una ida a Chroagh Patrick por haberle robado su ganso blanco preferido el día de Beltayne.

Ya en buena connivencia, ambos viajaron juntos, con la rapidez de un relámpago, a través de montes, marismas y llanuras, hasta llegar a la cima de Chroagh Patrick; una vez frente al castillo de la Reina Banshee, el leprechaun golpeó tres veces con sus nudillos, y el gran portón se abrió, franqueándoles el paso hacia una gran habitación. Allí, Swenû vio una enorme mesa de roble, con cientos de ancianas sentadas alrededor; una de ellas, con un porte real que la distinguía de las demás, se levantó de su sitial y dijo:

—Que tengas mil bienvenidas, leprechaun na Samhain. ¿Quién es el invitado que has traído contigo?

—Pues, ni más ni menos que el mejor gaitero de Erín —contestó el duende.

Al escuchar esto, una de las ancianas dio un golpe en la mesa, con lo cual se abrió una puerta en una de las paredes y de ella surgió, ante el estupor del gaitero, ¡el mismo ganso blanco que él había robado al padre Arragh para la fiesta de Beltayne!

—¡Por mi alma! —exclamó Swenû— . Pero si mi madre y yo mismo nos comimos hasta el último hueso de esa ave; sólo dejamos un muslo, que mi madre le dio a Moyrua (la pelirroja Mary), y que fue el causante de que el padre Arragh se enterara de que yo había robado su ganso.

El ganso, demostrando estar más vivo de lo que el gaitero pensaba, retiró los platos y limpió la mesa, y entonces el leprechaun dijo:

—Toca algo de música para estas agradables damas.

La velada transcurrió sin otros incidentes, con Swenû tocando y cantando canciones que jamás había aprendido en su vida, y las ancianas damas bailando hasta que ya no pudieron dar una paso. Entonces el leprechaun dijo que había que pagar al gaitero, y todas y cada una de las banshees depositaron una moneda de oro en su bolsa.

—¡Por los dientes de San Patricio! —exclamó Swenû —. ¡Soy más rico que el hijo de un rey!

—Ven conmigo —le dijo el leprechaun—, y yo te regresaré a tu casa.

Pero en ese instante, cuando el gaitero estaba a punto de subir a las espaldas del leprechaun, el ganso que había atendido el servicio de la mesa (el mismo que él pensaba haberse comido en la fiesta de Beltayne) se acercó a él y le entregó una gaita nueva. Luego, él y el leprechaun se marcharon y, al llegar a Dunmore, el duende dejó al gaitero sobre el pequeño puente y le dijo que regresara a su casa, agregando:

—Ahora, además de algunas monedas de oro, tienes dos cosas más: ciall agus eól (conocimientos de música) y muchas canciones nuevas; aprovéchalas.

Contento como unas pascuas, Swenû corrió hasta su casa, abrió la puerta y llamó a su madre a gritos:

—¡Déjame entrar; tengo una fortuna en mi bolso y soy el mejor gaitero de Erín!

—Como de costumbre, estás borracho —contestó la madre.

—Pues verás que no —alegó Swenû—. Da la casualidad de que, en esta ocasión, ni una gota ha pasado por mi garguero.

La mujer abrió la puerta del dormitorio y él le dio las monedas de oro. A continuación le dijo, exultante:

—Ahora espera a escuchar la música que voy a interpretar para ti.

Acunó la nueva gaita bajo su brazo y comenzó a soplar, pero, en lugar de música, se escuchó una terrible barabúnda, como si todos los gansos y patos de Irlanda estuvieran gritando al mismo tiempo. El horrible sonido despertó a los vecinos, que comenzaron a reclamarle silencio y luego a burlarse de él, cuando descubrieron que el alboroto procedía de su propia gaita.

Desesperado, cambió la nueva gaita por la vieja, y de ella surgió una melodía maravillosa que calmó como por arte de magia el enojo de sus vecinos, y cuando se hubieron sosegado, les contó con detalles todo lo sucedido aquella noche.

Al día siguiente, Swenû fue a ver al padre Arragh y le contó su historia con el leprechaun, pero el cura se negó terminantemente a aceptar una sola palabra de su relato, hasta que comenzó a tocar la gaita y los chillidos de gansos y patos amenazaron con dejarlos sordos a ambos.

—¡Vete de mi vista, ladrón de gansos! ¡No te conformas con comerte mi ave, sino que también quieres burlarte de mí!

Pero el gaitero no le hizo el menor caso, y tomó su gaita vieja, para demostrar al párroco que su relato era verídico; y en cuanto comenzó a tocar su antiguo instrumento, sonó una música maravillosa y, desde aquél día hasta que su brazo ya no tuvo fuerzas para presionar el odre de la gaita, nunca hubo en ningún condado de Erín un músico tan solicitado como Swenû, El Gaitero.

LAS HADAS DE KNOCKGRAFTON



Hace ya muchísimos años, tantos que no podría contarlos, en la fértil tierra de Lough Neagh existió un hombre muy, pero muy pobre, que vivía en una humilde choza, a la orilla del río Bann, cuyas aguas turbulentas bajan de las sombrías laderas de los montes Anthrim.

Lushmore, a quien habían apodado así los lugareños, a causa de que siempre llevaba en su alto sombrero de rafia una pequeña rama de muérdago, como la que los leprechauns ponen en las hebillas de los suyos, tenía sobre su espalda una gran joroba, que prácticamente lo doblaba en dos, como si una mano gigante hubiera arrollado su cuerpo hacia arriba y se lo hubiera colocado sobre los hombros. Tal era el peso de ese enorme apósito de carne, que cuando el pobre Lushmore estaba sentado —y lo estaba casi todo el tiempo, pues sus flacas piernas apenas podían sostener su cuerpo—, quedaba doblado por la cintura, con su pecho apoyado sobre sus muslos, única manera de sostener el peso de su giba.

Si bien la gente de los alrededores lo trataba con deferencia, pues su trabajo de maestro mimbrero era muy cotizado en la zona, corrían ciertas historias sobre él, quizás provocadas por la envidia de sus magníficas labores, y los lugareños tenían cierta disposición a evitarlo cuando se cruzaban en algún lugar solitario ya que, aunque la pobre criatura era tan inofensiva como un bebé de pecho, su deformidad era tan grande que asustaba a sus vecinos, que apenas podían considerarlo un ser humano. De él se decía, por ejemplo, que tenía un gran dominio de la magia, y que podía mezclar pócimas y brebajes, y preparar encantamientos para enloquecer a un hombre, aunque lo cierto es que nunca nadie lo había comprobado personalmente.

Lo cierto es que Lushmore poseía unas manos realmente mágicas para trenzar todo tipo de juncos y mimbres, para tejer cestas y sombreros, y cuando no se encontraba sentado en su insólita posición, solía recorrer los alrededores, recogiendo los materiales que luego transformaba en verdaderas obras de arte, o marchando en su pequeña carreta hacia las ciudades vecinas, para vender el fruto de su trabajo.

Y así fue que en una ocasión, cuando regresaba de la ribera del río Main, donde solía recoger la mayoría de su materia prima, y se dirigía a la ciudad de Killead con una carga de canastos, como el pequeño Lushmore caminaba muy despacio por culpa de su enorme joroba, se había hecho ya completamente de noche cuando llegó al viejo túmulo de Knockgrafton, un lugar que la mayoría de los aldeanos evitaban por las noches.

Lushmore se sentía agotado por la caminata, y al pensar que aún le quedaban varias horas por delante, decidió sentarse bajo el túmulo para descansar un rato y, para entretenerse, se puso a contemplar el rostro de la luna, que lo observaba solemnemente entre las ramas de un añoso roble.
Repentinamente, llegaron a sus oídos los extraños acordes de una misteriosa canción, y el jorobado comprendió inmediatamente que jamás había escuchado una melodía tan fascinante como aquélla. Sonaba como un coro de infinitas voces, donde cada uno de sus integrantes cantara en un tono diferente, pero sus voces se armonizaban unas con otras de tal forma que parecía que salieran de una sola garganta. Escuchando con atención, Lushmore pronto pudo distinguir la letra de la canción que constaba de sólo cuatro palabras que se repetían tres veces: "Da Luan, Da Mort; Da Luan, Da Mort; Da Luan, Da Mort"; luego se producía una pausa y la tonadilla comenzaba de nuevo.

Lushmore escuchaba con el alma puesta en sus oídos y apenas respiraba por el temor a perder un sólo compás. Pronto comprendió que la canción provenía desde dentro del túmulo y, aunque al principio la música lo había ensimismado, con el paso del tiempo la letanía comenzó a aburrirlo, así que, aprovechando el intervalo que se producía después de las tres repeticiones de Da Luan, Da Mort, introdujo, con la misma melodía, las palabras "augus Da Dardeen"; luego siguió entonando Da Luan, Da Mort junto con las voces misteriosas y, cuando se produjo nuevamente la pausa, volvió a introducir su propio augus Da Dardeen.





Las hadas de Knockgrafton —porque no eran de otros las voces que entonaban aquella melodía— se maravillaron tanto al escuchar aquel agregado a su canción, que inmediatamente decidieron salir a buscar al genio cuyo talento musical hacía palidecer al de ellas; y así el pequeño Lushmore fue llevado hacia el interior del túmulo, a la velocidad de un tornado.
Una maravillosa vista acompañó su caída, mientras que la más excelsa de las músicas acariciaba sus oídos con cada uno de sus movimientos. Al llegar a su destino, la reina de las hadas y su séquito le depararon el más glorioso de los recibimientos, dándole una calurosa bienvenida, que llenó de gozo su corazón, y poniéndolo a la cabeza del coro; luego fue atendido a cuerpo de rey por una multitud de sirvientes y, en general, lo trataron como si fuera el hombre más importante del mundo.

Algo más tarde, mientras descansaba de su copioso banquete, Lushmore notó que las hadas se trababan en una ardorosa deliberación y, a pesar de la forma en que lo habían tratado, comenzó a sentir cierto temor hasta que la reina se acercó a él y le dijo:


¡Lushmore, Lushmore,
desecha todo temor,
esa giba que te aqueja
ya no te dará más dolor!
¡Mira al suelo y la verás
caerse con gran fragor!


Tan pronto como el hada pronunció estas palabras, el jorobado se sintió repentinamente tan leve y grácil que pensó que podría volar como los pájaros, o saltar a la luna de un solo brinco. Con inmenso placer escuchó un gran golpe y, cuando miró hacia abajo, vio la joroba caída a sus pies, como una masa de carne informe. Entonces intentó hacer lo que nunca había hecho en su vida: levantó la cabeza con precaución, temeroso de golpearse contra el techo de la habitación en que se encontraba —tan alto le parecía ser ahora y miró a su alrededor, admirando el panorama que se extendía, desde una altura desde la cual nunca había contemplado escenario alguno. Abrumado por las nuevas sensaciones que experimentaba, sintió que la cabeza le daba vueltas y más vueltas, y una nube pareció descender sobre sus ojos, hasta que cayó en un sueño profundo y, cuando despertó, se encontró tendido sobre la hierba, cerca del túmulo de Knockgrafton, al interior del cual las hadas lo habían llevado volando la noche anterior.

Al abrir los ojos, pudo ver que ya era de día, el sol brillaba cálidamente en el cielo y los pájaros cantaban en las ramas del roble que se extendían sobre su cabeza.

Su primera acción, luego de decir sus oraciones, fue llevar la mano a su espalda, para tantear su joroba y, al no encontrarla, se sintió transportado por la alegría, porque se había convertido en un hombre gallardo y elegante; más aún, al contemplarse en las aguas del Lough Neagh se vio vestido con ropas nuevas, que hasta eso habían hecho las hadas por él.

Recogió su mercadería, que estaba prolijamente acomodada sobre una de las piedras del túmulo, y reinició su interrumpido camino hacia Killead, ágil como una gacela y con un paso tan airoso como si toda su vida hubiera sido maestro de danzas. Al llegar a la ciudad, ninguno de los vecinos pareció reconocerlo sin su joroba, y le resultó difícil demostrarles que era el mismo Lushmore, el maestro mimbrera, que venía a entregarles sus pedidos.

No hace falta adelantar que no pasó demasiado tiempo antes de que la noticia de la desaparición de la giba de Lushmore corriera como reguero de pólvora por Killead y todos los pueblos cercanos, y que de todos ellos se acercaron a su choza multitudes de curiosos, a contemplar el milagro. Y así fue que una mañana, estando el mimbrero sentado frente a la puerta de su cabaña, trabajando con sus mimbres, una anciana se acercó a él y le pidió si podía indicarle el camino hacia Capagh, porque debía entrevistarse con un tal Lushmore, que allí vivía.

—No necesito indicarle nada, mi buena señora —respondió el aludido— porque usted ya está en Capagh y, para mayor precisión, le diré que se encuentra usted en presencia de la persona que está buscando.

—Me he llegado hasta aquí —agregó entonces la mujer— desde Mallow Fermoy, en el condado de Waterford, a muchos días de camino, porque oí decir que a ti las hadas te han quitado la joroba. Es que el hijo de una hija mía tiene una giba que va a causarle la muerte y quizás, si pudiera utilizar el mismo encantamiento que tú, se podría salvar. Así que te suplico que me enseñes el hechizo para tratar de curarlo.

Estas palabras conmovieron profundamente a Lushmore, que siempre había sido un hombre sensible, y le contó a la anciana todos los detalles de su aventura; cómo había agregado sus compases a la canción de las hadas de Knockgrafton y había sido transportado por ellas al interior del túmulo, cómo le había sido quitada mágicamente la joroba y cómo le habían regalado incluso un traje nuevo.

La mujer le agradeció sinceramente su relato y partió inmediatamente, con gran alivio en su corazón y ansiosa por poner en práctica las enseñanzas del maestro mimbrero. Una vez que hubo regresado a la casa de su nieto, cuyo nombre era Jack Madden, narró todo lo que había escuchado y, sin pérdida de tiempo, pusieron al pequeño jorobado sobre una carreta y emprendieron el camino hacia Knockgrafton. Era un largo viaje, pero a la anciana y su hija no les importaba, mientras que el muchacho fuera liberado de su deformidad.

Algunos días después, llegaron al túmulo, justo a la caída de la noche, dejaron al joven cerca de la entrada y se retiraron a una prudente distancia; lo que ni la madre ni la abuela tuvieron en cuenta fue que el jorobado, resentido por su deformidad, era un sujeto taimado y maligno, que gustaba de torturar a los animales y arrancarles las alas a los pájaros vivos y que, además, no tenía ni el más mínimo talento musical; pero eso es bastante comprensible, si consideramos que se trataba de su hijo y de su nieto, respectivamente.

No había pasado mucho tiempo desde que dejaran al joven jorobado cerca del túmulo, cuando éste comenzó a oír una suave melodía proveniente del túmulo que sonaba quizás más dulce que la que había escuchado Lushmore, ya que las hadas habían incorporado su agregado: "Da Luan, Da Morí; Da Luan, Da Morí; Da Luan, Da Morí, augus Da Dardeen" , aunque esta vez no había pausa alguna, ya que las palabras del trenzado llenaban el espacio vacío.

Jack Madden, para quien su único propósito era liberarse de su giba, no prestó la menor atención a la canción de las hadas, ni buscó el momento ni el tono musical adecuado para introducir su propia variante, sino que lo hizo una octava más alta de lo que los intérpretes lo hacían. Así que, tan pronto como comenzaron a cantar, irrumpió, sin importarle el ritmo ni el tiempo, con su frase "augus da Dardeen, augus da Hena", pensando que, si con un solo día de la semana, Lushmore había obtenido un traje, él probablemente obtendría dos.

Desafortunadamente, tan pronto como las palabras hubieron brotado de sus labios, fue elevado por los aires y precipitado al interior de la fosa, como su antecesor pero, a diferencia de aquél, las hadas comenzaron a congregarse a su alrededor, chillando, gritando y gruñendo:

—¿Quién es el que osa arruinar nuestra canción?

Hasta que una de ellas se acercó al joven, separándose del resto, y dijo:

—¡Jack Madden! Tu interrupción ha arruinado la canción que entonábamos con toda nuestra dedicación. Has profanado nuestro santuario, burlándote de nosotras, y mereces ser castigado severamente. ¡Por ello, desde ahora, llevarás dos jorobas en vez de una!

Alrededor de veinte de ellas —tan gráciles y pequeñas eran— trajeron la giba de Lushmore y la colocaron entre los hombros de Jack, encima de la suya propia, donde quedó tan fija como si hubiera sido clavada con clavos de seis pulgadas por un maestro carpintero. Luego echaron al desdichado del túmulo y cuando, por la mañana, su madre y su abuela lo vinieron a buscar, encontraron al joven medio muerto, tendido junto a la puerta del hillfort. ¡Imaginen su espanto y su desesperación! Pero a pesar de su dolor, no se atrevieron a decir nada, por temor a que las hadas les pusieran otra joroba a cada una.

Y así regresaron con Jack Madden a su casa, con sus corazones y sus almas tan abatidos como nunca antes. Pero podían haberse ahorrado el esfuerzo; a causa del peso de la nueva joroba, sumado al anterior, y el trajín del largo y penoso viaje, Jack murió poco antes de llegar a su hogar. Sin embargo, al morir, sus dos jorobas desaparecieron misteriosamente. En las noches, junto al fuego, las ancianas cuentan a sus nietos que aquella terrible maldición fue llevada por las hadas de vuelta a Knockgrafton, ¡esperando a cualquiera que vaya a escuchar o intente interferir de nuevo el canto de las hadas de Knockgrafton!


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